Está la verdad atroz que nunca digo,
la andrajosa indumentaria de naufragio,
el asombroso devenir horizontal de la nostalgia,
el silencio acuoso y vertical de cada noche.
Está mi avariciosa soledad en interiores,
en el solemne refugio anquilosado de mi pecho,
la fragilidad reconocida en los pedazos,
la sed vertida en ausencia del exceso.
Está la desidia del tiempo festejado a gritos,
su huella de cuerda vocal en el vacío,
la palabra usada hasta la náusea.
Está la sombra deshojada de los árboles,
el frío acuchillado por la niebla,
la fecha inmaculada del destino.
Está la muerte descansando en entreacto,
el recuento en el carcaj
de las flechas escupidas al abismo.
Está la piel amurallada de distancias,
el recuerdo sangrando de las manos,
el deseo sin ti y mi sed recalcitrante.
Está todo,
y yo, y el olvido, ad náuseam.
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